martes, 31 de julio de 2018

Si tú quisieras


Si tú quisieras, lo habrías hecho,
antes, ahora, siempre.
Nunca has querido, y por eso,
me he ido de tu lado
aun sin entender qué ha pasado,
sin querer seguir en pos de una respuesta.

Dejaste el banquete por las migajas
y ahora reclamas tu sitio.
Has llegado tarde a la mesa del festín,
casi en el final;  ya ha oscurecido.
Si tú hubieras querido, como dices,
a tu sitio, a tiempo habrías llegado
y con honor, hubieras lo hubieras ocupado.

¡Cuánto me ha costado, de ti 
alejarme para siempre!
Luego he visto que no existe un siempre,
ni para ti, ni para mí,
ni para estar o no estar.
Así, el consuelo me ha llegado. 

Un hermoso manto de calma me envuelve, 
en él me he arrebujado. 
No quiero más festines, ni banquetes;
otros anhelos me han sido concedidos.
No miro más al vacío que dejaste,
ahora veo: todo está completo,
antes he vivido en el engaño.

domingo, 29 de julio de 2018

¡Qué dicha!


Qué dicha tan grande
saber que tú eres yo
y yo soy tú.

Cuando me pegaba a ti
no sabía por qué
como ahora sé.

Qué dicha tan grande:
soy piedra como tú 
y como tú estoy.

Cuando dije que de tu vientre
salí, no sabía por qué
como ahora lo sé.

Qué dicha tan grande 
saber que tan piedra eres
como tan piedra soy.

Cuando dije que me escuchabas,
no sabía  por qué
como ahora lo sé.

Qué dicha tan grande
haberte abrazado como te abracé
sin saber por qué.

sábado, 28 de julio de 2018

La dulzura de tu voz


La dulzura de tu voz sin voz,
esa que no oyen  mis oídos
sino mi hondo interior.

Resuena y hace círculos
desde el centro, se expande 
y me expande hacia ti.

Esa voz que me llama,
me subyuga, me enamora,
me envuelve, desenvolviéndome. 

Esa voz, esa, que descascara
mis durezas y las vuelve escamas
fáciles de desprender.

La dulzura de tu voz, esa que oigo sin oir,
que no sé si es tu voz o es tu luz,
o es el fuego de tu amor, es para mí.

 

Un mundo, otro


¡Cómo deseo vivir
en un mundo feliz!

Un mundo donde la mentira
no exista.
Un mundo donde sólo
esté el amor.
Un mundo hecho de 
amor inextinguible.

Un mundo en el que
se viva inflamado por ese amor,
ese que no deja lugar al dolor,
ni a la soledad, ni a ningún
modo de penar. 

Un mundo..., otro mundo,
ese en el que todos quieren
estar pero nadie lucha por él.
Un mundo en el que algunos
creen, pero que será después...
Un mundo que, dicen,
es muy difícil de alcanzar.

Un mundo, que he descubierto
está aquí, donde estoy.
Un mundo que está  a mi alcance
cuando decida instalarme en él.
Un mundo que no está fuera
sino  dentro, muy dentro de mí,
pues ese mundo soy yo.
 

viernes, 13 de julio de 2018

Ensueño


 Me gustaría ser un niño soñando,
dormido, ajeno a la realidad.
Me gustaría que nada
irrumpiera en ese soñar.

Me gustaría, si pudiera,
de ese ensueño
nunca salir.

Me gustaría que, 
si alguna vez despierto,
todo fuera tan hermoso 
que ya no quisiera dormir.  

miércoles, 11 de julio de 2018

Como el río


Soy como el río que corre
por su lecho
(a veces),
sin retroceder.

Soy como el río que cambia
su ruta
(a veces)
sin retroceder.

Soy como el río que todo
lo inunda a su paso
(a veces)
sin retroceder.

Soy como el río escondido entre piedras,
(a veces)
sin retroceder.

Soy como el río que conoce y recorre
(a veces)
ocultos laberintos,
sin retroceder.

Soy como el río que corre veloz, a través
(a veces)
de altas montañas,
sin retroceder.

Soy como el río que se ha secado,
(a veces)
desaparece, y vuelve a aparecer.

Soy como el río que al mar se arroja
(a veces)
en extrema gloria
sin retroceder.

Soy como aquel río que en el mar encuentra
(a veces)
la expansión buscada,
sin retroceder...

jueves, 5 de julio de 2018

Frases...


El caer de la tarde la había encontrado 
asomándose por la ventana.

La flor se abrió, gustosa, al atardecer 
y a su ocaso;
le ofreció su color 
y su perfume, 
generosa, bella, 
sabedora de su encanto. 

Alguien, involuntariamente,
suspiró al pasar
y estremeciéndose la flor,
soltó un pétalo
que al caminante dio en su rostro
acariciándolo.

Miradas, perfume, color
tarde, ocaso, hombre,
mujer, caricia, ventana,
sensaciones;
todo se mezcló, y
el embrujo quedó
allí instalado. 

Hombre y mujer,
atrapados en los ojos
de cada uno,
olvidaron lo que 
no fuera ellos,
el uno y la otra,
y cayeron en el 
encantamiento.

miércoles, 4 de julio de 2018

El forastero (cuento)


En las mañanas, bajo el sol, ella salía a caminar acompañada de su perro, Milo. Eran dos siluetas conocidas desde hacía mucho tiempo: ella, por su tarea de maestra y él porque nunca dejó de acompañarla los últimos quince años; cada día, cada caminata, cada viaje a la escuela donde ella trabajaba. Esa mañana, como las otras, ambos salieron muy temprano. En el camino encontraron un hombre que venía desde lejos, aparentemente, por su calzado y sus ropas tan polvorientas. El hombre los detuvo para preguntar por un lugar donde descansar y comer, y ambos, perro y mujer, le miraron, silenciosos. Inmediatamente algo conectó a los tres. No podría decirse qué ocurría en ellos en esos momentos, pero una comunicación instantánea surgió entre ellos
que no era parte de la conversación. Ella entendió y enseguida tomó la determinación.
No había ningún lugar en aquel pueblo, donde alguien de fuera pudiera hospedarse, y así se lo hizo saber. El hombre detuvo su mirada largamente en la mujer. Hubo un silencio enigmático, palabras por decir, un mensaje misterioso, tal vez.
Milo miraba al hombre, muy atento, las orejas muy tiesas y la cola casi inmóvil. Se sentó sobre sus cuartos traseros, como si estuviera dispuesto a escuchar una prolongada conversación.
Ella, cuyo nombre era Alina, comenzó a explicar la situación, con esa suavidad y paciencia que tienen algunas maestras para explicar lo más intrincado y hacerlo sencillo de entender. 
El hombre, dijo llamarse Pablo, y estrecharon sus manos. Ella no quiso que Pablo se sintiera preocupado ante la situación, e inmediatamente le dijo que tenía suficiente lugar en su casa y que allí le hospedaría. Había quedado claro que era la única solución posible.
Milo no pareció estar muy de acuerdo con la decisión, al principio, pero luego se tranquilizó y hasta aceptó las caricias del hombre.
Sin más decir, los tres se dirigieron a casa de Alina, no muy lejos de allí. Una vez instalado Pablo en la habitación de huéspedes, se dispuso a tomar un baño, mientras Alina se dedicó a cocinar algo más. En su cabeza bullían los recuerdos. ¡Habían pasado tantos años sin que nadie interrumpiera su soledad!
Milo no se apartaba de su lado, aunque ella, en varias oportunidades, le instó a que fuera a sus sitios habituales. El perro no se movía. Este comportamiento llamó la atención de Alina, pero luego entendió,  se quedó tranquila, continuó con los preparativos y no insistió para que Milo se apartara. Estaba atareada con el almuerzo-desayuno; había en su actitud, un entusiasmo no habitual y se podría decir que estaba feliz, en cierto modo. 
El hombre había andado muchas horas, según había dicho, y estaría hambriento y cansado, así que preparó abundantes platos.
Desayunaron conversando animadamente, como si fueran viejos conocidos. Pablo agradeció nuevamente la buena disposición de Alina; en su semblante había una expresión interrogativa y parecía tener deseos de hablar de algo especial. Esa actitud se mantuvo, sin variantes, todo el tiempo que estuvieron sentados a la mesa. 
Mientras, Milo permanecía vigilante, sentado a la derecha de Alina, sin dejar de mirar a Pablo, quien excusándose, luego de acabar sus alimentos, limpió su boca, ya dispuesto a dirigirse a su dormitorio para descansar. Alina recogió los utensilios y limpió. Luego se enfrascó en la lectura que aquellos días ocupaba sus horas libres, pero no logró concentrarse. Pensaba en el hombre que dormía en el dormitorio, en su casa, y en cuán curiosa era toda la situación.

Al atardecer, vino su vecina a visitarla y a contarle que se buscaba un fugitivo de la cárcel cercana al pueblo, que, decían,  era peligroso, y que aconsejaban no relacionarse con ningún extraño hasta que el criminal fuera apresado. Alina sintió que se congelaba de la cabeza a los pies. ¿Qué tendría que hacer ahora?
Decirle a su vecina implicaba hacerse cargo de la reacción en cadena de todos los habitantes del pueblo a quienes ésta informaría y alarmaría de inmediato, por lo tanto, supo que debía guardar silencio. Mientras, asentía con la cabeza, muy seria y atenta al mensaje de su vecina, demostrando sincera preocupación.

Después de acompañarla hasta la calle, entró a la casa, muy pensativa. Debía resolver este asunto de la manera más discreta posible; ella había sido imprudente, todavía no estaba segura del por qué, pero no involucraría a nadie más en el asunto, pensó, y se dispuso a elaborar un plan para alejar al hombre de la manera más discreta, no sólo de su casa, sino del pueblo, y así evitar cualquier hecho que pudiera alterar la vida del hombre y las vidas del pueblo. Se sintió responsable de resguardar la seguridad de todos.

Ya había anochecido y se acercaba la hora de cenar. Alina preparó la comida, no sin cierta inquietud; le asombraba no estar asustada. Tenía una sensación extraña, una convicción interna que le decía que no tenía nada que temer. No podría explicarlo, pero era así. Sabía que todo iba a salir bien. Confiaba.

Cuando Pablo bajó a cenar,  su semblante fresco y descansado le confirmó su certeza: no había nada que temer. De todos modos, él no tendría que ser por fuerza el hombre fugitivo, pensó. Dispuso todo en la mesa y casi sin hablar, comenzaron a cenar, disfrutando de los alimentos, con lentitud, como prolongando el placer del momento. ¡Sí!, pensó Alina, era un momento muy placentero estar allí, con Pablo compartiendo su casa, su mesa; la escena no podía ser más pacífica.
De pronto sonaron fuertes golpes en la puerta de calle y también se escucharon corridas detrás, en el patio de la casa. Alina levantó la mirada, consternada, y Milo se incorporó de inmediato.  Pablo los miró, interrogante, inquieto. Fuera, se escuchaba gran alboroto.
Alina tuvo una horrible sospecha: probablemente su vecina había visto algo distinto y habría armado una "partida de rescate" para ella. Rápidamente, ocultó a Pablo en el armario del sótano y retiró los platos de la mesa; todos sus movimientos eran acompañados por Milo, que no se despegaba de su lado. No ladraba. Todo lo que sucedía era muy raro.
Alina abrió la puerta simulando sorpresa, preguntó qué pasaba y los vecinos, en desorden y a los gritos, le pedían que entregara al criminal que estaba en su casa. Ella contestó  con calma   que allí no había nadie de esas características, y  que le extrañaba mucho el tumulto que estaba viendo. ¿Qué estaba sucediendo?
Sus vecinos, y gran parte de los habitantes del pueblo, se había reunido en su puerta y llevaban palos y otros objetos amenazadores. Alina les pidió se calmaran y les aseguró que podrían estar tranquilos; en su casa no había ningún extraño, dijo. Y agregó que había llegado su hermano a quien no veía desde hacía veinte años, o tal vez más, que eso era todo. Ellos respiraron aliviados y pidieron disculpas, comenzando a retirarse lentamente. No tenían por qué dudar de Alina. Ella era alguien confiable.
Dentro, en el armario, Pablo esperaba afanoso a que volviera y le dijera que ya todo había terminado.

Él le comunicó que se iba. Alina le ayudó a armar su equipaje, cosa que no les llevó más que unos minutos, pues era muy escaso. Entonces, Pablo la tomó de las manos y le preguntó, mirándola a los ojos con ansiedad, si no lo recordaba, que él ERA su  hermano, ese que ella no conocía porque no se habían visto nunca más desde que él abandonara la casa de sus padres y jamás volviera. También le dijo que había huído sólo porque necesita verla y decirle que estaba vivo y que esperaba su visita, siempre, allí, donde estaba encerrado para cumplir su pena. 
Se abrazaron, ambos muy conmovidos, ahora enmudecidos, llenos de emociones que los abrumaban. Se mezclaba todo, les caían de golpe años de dolor y desencuentro, injusto, no buscado.
Pablo dijo que más adelante, le contaría todo lo que ella nunca supo de él en todo este tiempo de separación.

Cuando Alina pudo hablar otra vez con calma, le pidió a Pablo que aprovechara la noche para emprender el regreso. Él no respondió, y obediente, puso su mochila a la espalda y con una mirada  muy triste, salió al encuentro de la noche y su oscuridad y en ella se perdió de la vista de Alina, que le siguió con sus ojos hasta que no lo vio más. 
Milo estaba recostado en la alfombra y tenía su cabeza apoyada en las patas delanteras, sus orejas gachas a los lados. No dejaba de observar a Alina.

Cuando Alina quedó nuevamente sola, se dijo que nadie había salido herido, todo había vuelto a la tranquilidad y su hermano, ¡sí, su hermano!, luego de contar sus razones y de que ella le hablara con toda su ternura de hermana mayor, le había asegurado que se  entregaría esa misma noche en la comisaría más cercana. 
Su hermano, acerca de quien ella había creído lo que sus padres le dijeron: que estaba muerto desde hacía veinticinco años atrás. Sus padres le habían mentido, no sabría nunca por qué. Ellos ya habían muerto

Recuperó la serenidad y pensó que pronto vería de nuevo a Pablo.
Además, pensó, ella no les había mentido a sus vecinos, y repitió la frase que en sus pensamientos brillaba con toda su novedad: él hombre era su hermano.

Cuando se recostó entre sus sábanas, las lágrimas desbordaron sus ojos.

domingo, 1 de julio de 2018

No sabría



Si vinieras, no sabría qué decir
Si vinieras, no podría mirarte
Si vinieras, quedaría helado
de asombro y pavor.

Si volvieras, ¡ah!, si volvieras,
mejor quedara ciego
antes que verte a los ojos
y que tú a los míos me vieras. 

Si un día, de pronto, llegaras,
no sabría qué hacer;
con susurros y lágrimas,
pediría perdón.


Si vinieras, si un día volvieras,
me sonrieras y vieras mi rostro
con esa dulzura que solías para mí tener,
caería al suelo al instante y querría morir.

La piedra


Dura, fría, gris
apenas vestida de verde,
musgo piadoso que abriga
su helada pared.

Me apoyo cansado
de tanto andar;
por fin he hallado
el lugar. 

La piedra me acoge
inerte, sin embargo siento 
que me está escuchando,
que sabe qué he venido a buscar. 

Silencio en ella,
silencio en mí,
nada hay que decir,
sólo descansar.

Quisiera en ella fundirme,
ser parte y piedra y con ella ver,
testigo de eones mientras permanece,
inmóvil, escarpada, altiva, con gran majestad.